Poco oro y menos especias traían de las Indias los primeros navegantes que siguieron los pasos de Colón. Lo que sí acarreaban en sus bodegas eran centenares de esclavos indios, que vendían nada más desembarcar en el puerto de Sevilla. Dos de aquellos infortunados protagonizan El cielo a dentelladas’: el joven Cristobalillo, traído de la Hispaniola por don Pedro de las Casas y empleado como paje de su hijo Bartolomé; y una bella caníbal vendida a un tabernero de Triana y muy pronto convertida en la atracción de un tugurio en el que se dan cita cartógrafos, marinos y aventureros. La india Catalina no llegará a pronunciar una palabra de castellano, pese a las lecciones del propio Cristobalillo. Pero, por indiferente que se muestre a los requiebros de los parroquianos y al ingenuo cortejo de un aprendiz de impresor imbuido de los ideales caballerescos, habrá de ganar fama de traer buena fortuna a todo el que se le acerca.
Con admirable plasticidad y un extraordinario conocimiento de la época, Antonio Sarabia reconstruye el cuadro de aquella Sevilla enfebrecida por las maravillas apenas entrevistas del descubrimiento, y traza al propio tiempo una terrible parábola de la ciega violencia que habría de mancharlo muy pronto de sangre y oprobio.
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