Santo Tomas de Aquino (1224/5-1274) vivió en la época en que el Occidente cristiano, recuperaba, a través de los comentaristas árabes, el gran tesoro de la especulación filosófica griega. Para algunos, el pensamiento griego —y el aristotelismo en especial— era una amenaza naturalista a la integridad de la fe cristiana. Y acaso lo más notable de Santo Tomás sea la forma en que usó y desarrolle) el legado del pensamiento antiguo; osadía que lo llevó a ser considerado como un revolucionario por muchos de sus contemporáneos. En él encarna, por otra parte, uno de los ideales de su siglo: la interpretación unificada de la realidad, en la que la filosofía y la teología, lejos de oponerse, se enlazan armoniosamente. Uno de los problemas examinados por el Padre Copleston es precisamente si se trata de un ideal anticuado o de la forma que tomó en un determinado momento un ideal de valor permanente.
Pero el pensamiento de Santo Tomás tiene algo más que un mero interés histórico. A partir del siglo pasado, cuando León XIII afirmó en su encíclica Aeterni Patris el valor de la síntesis tomista, los filósofos católicos —hombres como Gil- son, Scrtillanges, Grabmann, Maritain— han basado su reflexión en la obra del dominico. Por paradójico que pueda parecer, actualmente la influencia de Santo Tomás es mucho mayor que en la Edad Media. El Padre Copleston —tan conocido por su gran Historia de la filosofía y sus estudios sobre Schopenhauer y Nietzsche— logra hacer de la filosofía de Santo Tomás algo perfectamente inteligible, aun para aquellas personas poco familiarizadas con la filosofía medieval y sus problemas, pues, siempre que existe la posibilidad, destaca la relación entre aquellos problemas los de nuestros días.
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